En Gibraltar, David Antón estuvo imbatido 10 partidas. «Gané mucha confianza cuando derroté a Gelfand [ex subcampeón del mundo] y a Sutovsky», explica. Llegó como líder invicto a la última jornada. El triunfo se le escapó entre los dedos ante Hikaru Nakamura, uno de los mejores jugadores de ajedrez rápido del circuito. El estadounidense de origen japonés se impuso en una final a dos partidas de 10 minutos por jugador al que se le sumaban cinco segundos por movimiento. Sin este desempate -un sistema poco habitual en este tipo de torneos-, el español habría sido el vencedor.
Si se mide la fuerza de los rivales de Antón en Gibraltar y los resultados que obtuvo contra ellos, su rendimiento alcanzó los 2.859 puntos Elo (el complejo baremo que mide el nivel de un ajedrecista). Una puntuación superior a la que ostenta hoy el gran Magnus Carlsen, vigente campeón del mundo.
En España, este deporte pasa de puntillas entre mecenas y políticos, pero países como Rusia, Estados Unidos, China o Islandia apoyan su ajedrez con recursos importantes. En el último mundial, el aspirante al trono de Carlsen fue Serguéi Kariakin, ucraniano como el tenista Marchenko pero con pasaporte ruso. Contra todo pronóstico, tuvo opciones de victoria.
En su preparación para el match, contó con la protección de Vladimir Putin, quien sueña con recuperar para Rusia un título que durante la mayor parte del siglo XX estuvo en manos soviéticas. Kariakin dispone de un equipo compuesto por un asistente personal para prensa y finanzas, un preparador físico y tres grandes maestros que hacen de analistas. Antón no es tan afortunado. Pero tiene a El Divis.
En el salón de la casa de El Divis, entrenador y alumno estudian una partida seleccionada. Les ayuda Don Stephen, «alguien que juega mejor que Carlsen y Kaspárov juntos», con su memoria prodigiosa. En realidad, Don Stephen es un ordenador, bautizado así en tributo a la estrella de la NBA Stephen Curry. Un colaborador imprescindible en el ajedrez actual.
Todo empezó hace una década. El Divis dudaba si asistir a un torneo que se celebraba en Parla (Madrid). Afortunadamente, se presentó. No sólo ganó aquella competición, sino que ocurrió algo que cambiaría su vida: un funcionario del Ministerio de Fomento se acercó a él y le pidió que diera clases de ajedrez a su hijo de 11 años. Daba igual que El Divis no tuviera experiencia docente. Empezarían con una clase particular a la semana.
Aquel niño era El Niño [apelativo cariñoso que usa siempre para dirigirse a su alumno] y había aprendido a los cinco años las reglas básicas del juego con su padre. En su colegio, el San Viator, se inició en la competición. Hoy Antón no tiene duda del trabajo que realizan juntos y ha desmentido públicamente a quienes consideran que sería más conveniente que se preparara con un entrenador con experiencia con campeones del mundo. Lo tiene claro. Con El Divis hasta el infinito y más allá.
El mayor mérito de este chico de Carabanchel es que compite con los mejores desde la normalidad, no como alguien excepcional. Jugadores tan poderosos como Carlsen o Fabiano Caruana, números 1 y 3 del mundo respectivamente, fueron niños prodigio que muy precozmente dedicaron todo su potencial al juego de los 64 escaques. Sin embargo, Antón ha sido capaz de concluir sus estudios de Secundaria y llegar a la universidad. Se matriculó en Matemáticas, carrera que tuvo que abandonar porque no podía dedicarle el tiempo necesario con las siete horas diarias de entrenamiento que exige la alta competición. «Las asignaturas eran muy duras, quizás en el futuro intente una carrera más sencilla», dice Antón. Es imposible estimar la progresión del español si hubiera tenido una dedicación exclusiva al ajedrez desde una edad más temprana.
El Niño está seguro de que puede convertirse en uno de los mejores ajedrecistas del mundo, si bien se niega a hablar de cómo será el futuro. Siempre es el «partido a partido» del Cholo Simeone. «Es tan modesto que nos cachondeamos de él. Durante el torneo de Gibraltar, estábamos con un amigo en el apartamento y le decía a David: 'Niño, ve a la cocina y nos pones unas copas -cuenta El Divis entre risas- Que tenemos miedo de que el éxito se te suba a la cabeza'».
La relevancia histórica de la actuación de Antón se debe a la jerarquía de sus contrincantes. En los 15 siglos de vida que tiene este juego, España únicamente ha sido referencia mundial en una ocasión. Considerado por muchos historiadores el primer campeón oficioso del mundo, el clérigo extremeño Ruy López de Segura dominó el tablero internacional en el siglo XVI. Tuvo más suerte que Antón, porque Felipe II colmó de honores su maestría.
Desde entonces, el ajedrez español atravesó una larga travesía por el desierto. El siglo XX fue testigo de la eclosión de Arturo Pomar, el niño prodigio de la posguerra exprimido en el NO-DO con exhibiciones que muchas veces tenían más de verbena que de espectáculo deportivo. Por desgracia, el balear nunca explotó plenamente su talento ajedrecístico por falta de apoyo. No pudo vivir del ajedrez y se vio obligado a trabajar de cartero. Falleció el año pasado.
Una anécdota revela cuál era la situación del ajedrez nacional en esa época. Pomar acudió en 1962 al Interzonal de Estocolmo, antesala de las finales mundiales. Fue el único participante que no tenía entrenador y su único amparo era un manual de ajedrez para aficionados (a España no llegaban las revistas especializadas) y encima tuvo que pagar de su bolsillo el sueldo de su sustituto en la oficina de Correos. Contra viento y marea, Pomar logró firmar unas memorables tablas con Bobby Fischer y plantó cara a la todopoderosa maquinaria soviética. Sus resultados fueron más que dignos. «Pobre cartero español, con lo bien que juegas tendrás que volver a poner sellos cuando acabe el torneo», le dijo Fischer a Pomar después de nueve horas de lucha sobre el tablero. Así fue. Una historia tan honorable como triste.
