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La vida del
fundador de la famosa escudería de Fórmula 1 estuvo marcada por las desgracias
personales
Nacido
en Módena el 20 de Enero de 1898 en el seno de una familia acomodada, la pasión de Enzo
Ferrari por la velocidad comenzó cuando, con apenas diez años, su padre lo
llevó a presenciar una carrera. A partir de ese momento supo que quería dedicar
su vida al automovilismo, afición que propició que fuese considerado como la
oveja negra de la familia.
Con
la idea de que heredasen el negocio familiar, su padre hizo que tanto Enzo como
su hermano mayor, Alfredino, estudiasen ingeniería mecánica. Pero, como
podemos leer en la web «Diariomotor», el
estallido de la I Guerra Mundial alteró todos sus planes. Su padre y Alfredino
fueron movilizados y, aunque se encontraban lejos de la primera línea del
frente, ambos fallecieron en 1916 víctimas de una epidemia de gripe.
El
propio Enzo Ferrari fue también llamado a filas un año más tarde, aunque
regresó a casa tras sufrir una fuerte neumonía. Entretanto, la empresa familiar
había quebrado y Enzo decidió invertir gran parte del patrimonio que se había
salvado en preparar los Alfa Romeo de la época para la competición. Muy pronto,
comenzó a despuntar como un piloto arriesgado y competitivo.
En 1923, utilizó como por
primera vez el «cavallino rampante» como emblema de sus vehículos y seis
años más tarde, aún corriendo con Alfa Romeo, creó la Escudería Ferrari. La
alianza se rompió en 1939 y lo mantuvo fuera del mundo de la competición
durante cuatro años.
Apartado
de la conducción desde el nacimiento de su hijo Alfredino, se volcó en el
diseño y la fabricación de vehículos de competición. Sin embargo, el estallido
de la II Guerra Mundial detuvo el proyecto y la factoría Ferrari de Módena se
convirtió en una fábrica de armamento militar.
La
planta fue bombardeada en 1944 y Ferrari se vio obligado a trasladar las
instalaciones a Maranello. Allí construyó los primeros bólidos que dominaron el
panorama automovilístico durante los años 40 y 50. Para afrontar los grandes
gastos que la escudería generaba, se vio obligado a comenzar a fabricar
vehículos de calle.
Todo
parecía ir bien, hasta que en 1956 su hijo Dino, destinado a ser su sucesor,
fallecía con sólo 25 años debido a una distrofia muscular. En señal de luto
permanente, desde ese momento comenzó a lucir las características gafas negras
que le acompañarían hasta su muerte.
Su
esposa, Laura, no llegó a superar la muerte de su hijo y comenzó a padecer
problemas mentales, por lo que finalmente acabaron separándose. Tan sólo un año
después del fallecimiento de Dino, Enzo Ferrari sufrió otro duro golpe después
de que el Marqués Alfonso de Portago –primer piloto español de Ferrari-
tuviese un accidente a 260 kilómetros por hora que le causó la muerte, junto a
diez espectadores.
Hasta
1957, al menos 50 personas, habían muerto en accidentes en los que había algún
Ferrari involucrado, en parte porque la escudería sólo fichaba a pilotos que
corrían al límite, poniendo su vida en peligro por ganar carreras. La justicia
italiana abrió una investigación y la prensa empezó a cebarse con la figura de
Enzo Ferrari.
Afectado
por este cúmulo de desgracias, decidió retirarse de la vida pública y recluirse
en un apartamento construido en la propia factoría de Maranello donde se
fabricaban sus bólidos, dedicado por completo a su escudería. Desde entonces
y hasta su muerte, en agosto de 1988, muy poco se sabe de su vida, salvo
que reconoció a su hijo ilegítimo Piero, a quien había nombrado vicepresidente
de la compañía.
A
pesar haber revolucionado el mundo del automovilismo, Enzo Ferrari jamás aceptó
que lo definieran como un triunfador. En su conciencia pesaba la pérdida de su
mujer, la muerte de su hijo, la desaparición de su primera fábrica y todos los
malogrados pilotos que se habían sentado a los mandos de unos coches que fueron
la auténtica pasión de su vida.
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